Colosenses 3:17

I. Observe la extensión de este dicho, una extensión de la cual es imposible desprenderse de él. O es una mera exageración vacía, o llega al punto de aplicarse a todos los actos de la vida del hombre, importantes o no importantes. Y es claro, que para que así sea, debe proponernos algún motivo y alguna regla, que tocará esa vida cotidiana en todos los puntos. Ningún espectáculo es más común que encontrar a un hombre movido por un poderoso motivo que gobierna y dirige toda su vida.

La realidad es la esencia y condición necesaria de todos esos resortes de vida y acción. Es imposible que un hombre entregue su corazón y su vida para perseguir lo que no cree. El hipócrita no es una excepción; sólo hace uso de algo en lo que no cree como un instrumento para la consecución de algo en lo que cree. Observe cómo estos motivos actúan sobre el hombre.

(1) Su influencia es un poder restrictivo, del cual es inconsciente, más que un estímulo llevado a cabo por un esfuerzo consciente.

(2) Es muy raro que las personas sobre las que actúan las profesen en voz alta. Aquí, como en la naturaleza, lo más profundo es lo más silencioso. Pero, por otro lado, por su misma quietud, todos los observadores conocen su profundidad.

II. Note el motivo implícito en las palabras, "En el nombre del Señor Jesús". Que el amor de Cristo por mí se convierta para mí no sólo en un hecho reconocido, sino en el hecho reconocido de mi vida; entonces se convertirá en un motivo restrictivo; entonces no se contentará con influir en algunas de mis facultades, con emplear parte de mi tiempo, con reclamar algunos de mis afectos; pero por la naturaleza misma de las cosas debe tener y tendrá todo, me absorberá en Su servicio y tomará posesión de mi corazón y motivos, y de mi vida, día tras día; será el sol que me ilumine a mi vida por nacer; de modo que todo lo que haga, de palabra o de hecho, lo haré bajo la influencia de este motivo restrictivo.

H. Alford, Quebec Chapel Sermons, vol. i., pág. 67.

Referencias: Colosenses 3:17 . Revista del clérigo, vol. ii., pág. 12; vol. v., pág. 31; HJ Wilmot-Buxton, La vida del deber, vol. i., pág. 90; Spurgeon, Sermons, vol. xvi., núm. 913; Homilista, vol. iv., p, 415; El púlpito del mundo cristiano, vol. xxv., pág. 289; HW Beecher, Plymouth Pulpit, décima serie, pág. 391.

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