1-6 Los apóstoles no eran más que servidores de Cristo, pero no debían ser subestimados. Tenían una gran confianza, y por esa razón, tenían un oficio honorable. Pablo tenía una justa preocupación por su propia reputación, pero sabía que aquel que se proponía principalmente complacer a los hombres, no demostraría ser un fiel servidor de Cristo. Es un consuelo que los hombres no sean nuestros jueces finales. Y no es el juzgarnos bien a nosotros mismos, o justificarnos, lo que nos dará seguridad y felicidad. No se debe depender de nuestro propio juicio en cuanto a nuestra fidelidad, como tampoco de nuestras propias obras para nuestra justificación. Viene un día que pondrá al descubierto los pecados secretos de los hombres y descubrirá los secretos de sus corazones. Entonces todo creyente calumniado será justificado, y todo siervo fiel aprobado y recompensado. La palabra de Dios es la mejor regla para juzgar a los hombres. El orgullo suele estar en el fondo de las disputas. El engreimiento contribuye a producir una estima indebida de nuestros maestros, así como de nosotros mismos. No nos envaneceremos unos contra otros, si recordamos que todos son instrumentos, empleados por Dios, y dotados por él de diversos talentos.

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