12-20 Algunos de los corintios parecen haber estado dispuestos a decir: Todo me es lícito. San Pablo se opone a esta peligrosa presunción. Hay una libertad con la que Cristo nos ha hecho libres, en la que debemos permanecer firmes. Pero seguramente un cristiano nunca se pondría en poder de ningún apetito corporal. El cuerpo es para el Señor; ha de ser un instrumento de justicia para la santidad, por lo que nunca ha de convertirse en un instrumento de pecado. Es un honor para el cuerpo que Jesucristo haya resucitado de entre los muertos; y será un honor para nuestros cuerpos que sean resucitados. La esperanza de una resurrección a la gloria, debe impedir que los cristianos deshonren sus cuerpos con lujurias carnales. Y si el alma está unida a Cristo por la fe, todo el hombre se convierte en miembro de su cuerpo espiritual. Otros vicios pueden ser vencidos en la lucha; el que aquí se advierte, sólo con la huida. Y vastas multitudes son cortadas por este vicio en sus diversas formas y consecuencias. Sus efectos recaen no sólo directamente sobre el cuerpo, sino a menudo sobre la mente. Nuestros cuerpos han sido redimidos de la condenación merecida y de la esclavitud sin esperanza por el sacrificio expiatorio de Cristo. Hemos de estar limpios, como vasos aptos para el uso de nuestro Maestro. Estando unido a Cristo como un solo espíritu, y comprado con un precio de indecible valor, el creyente debe considerarse a sí mismo como enteramente del Señor, por los lazos más fuertes. Que nos ocupemos, hasta el último día y hora de nuestra vida, de glorificar a Dios con nuestros cuerpos, y con nuestros espíritus que son suyos.

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