18-29 El monte Sinaí, en el que se formó el estado eclesiástico judío, era un monte que se podía tocar, aunque estaba prohibido hacerlo, un lugar que se podía sentir; así la dispensación mosaica era mucho en las cosas externas y terrenales. El estado evangélico es amable y condescendiente, adaptado a nuestra débil estructura. Bajo el evangelio todos pueden venir con audacia a la presencia de Dios. Pero los más santos deben desesperar, si son juzgados por la santa ley dada desde el Sinaí, sin un Salvador. La iglesia evangélica se llama Monte Sión; allí los creyentes tienen vistas más claras del cielo, y ánimos más celestiales. Todos los hijos de Dios son herederos, y cada uno tiene los privilegios de los primogénitos. Si se supone que un alma se une a esa gloriosa asamblea e iglesia de arriba, que aún no conoce a Dios, que todavía tiene una mentalidad carnal, que ama este mundo y estado de cosas presentes, que mira hacia atrás con una mirada persistente, llena de orgullo y astucia, llena de lujurias, tal alma parecería haber equivocado su camino, su lugar, su estado y su compañía. Se sentiría incómoda consigo misma y con todos los que la rodean. Cristo es el Mediador de este nuevo pacto, entre Dios y el hombre, para reunirlos en este pacto; para mantenerlos unidos; para rogar a Dios por nosotros, y rogarnos a nosotros por Dios; y finalmente para reunir a Dios y a su pueblo en el cielo. Este pacto se hace firme por la sangre de Cristo rociada sobre nuestras conciencias, como la sangre del sacrificio fue rociada sobre el altar y la víctima. Esta sangre de Cristo habla en favor de los pecadores; no pide venganza, sino misericordia. Mira, pues, que no rechaces su amable llamada y su ofrecida salvación. No rechaces al que habla desde el cielo, con infinita ternura y amor; pues, ¿cómo pueden escapar los que se apartan de Dios por incredulidad o apostasía, mientras él les suplica tan bondadosamente que se reconcilien y reciban su eterno favor? El hecho de que Dios trate a los hombres bajo el Evangelio en forma de gracia, nos asegura que tratará a los despreciadores del Evangelio en forma de juicio. No podemos adorar a Dios aceptablemente, a menos que lo adoremos con reverencia y temor piadoso. Sólo la gracia de Dios nos permite adorar a Dios correctamente. Dios es el mismo Dios justo y recto bajo el evangelio que bajo la ley. La herencia de los creyentes está asegurada para ellos; y todas las cosas que pertenecen a la salvación se dan gratuitamente en respuesta a la oración. Busquemos la gracia, para poder servir a Dios con reverencia y temor piadoso.

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