1-7 Había llegado la plenitud de los tiempos, cuando Dios iba a enviar a su Hijo, hecho de mujer y bajo la ley. Las circunstancias de su nacimiento fueron muy humildes. Cristo nació en una posada; vino al mundo para residir aquí por un tiempo, como en una posada, y para enseñarnos a hacer lo mismo. El pecado nos ha convertido en un niño marginado, indefenso y desamparado; y así era Cristo. Él sabía muy bien lo poco dispuestos que estamos a ser alojados, vestidos o alimentados miserablemente; cómo deseamos que nuestros hijos sean condecorados y consentidos; cuán aptos son los pobres para envidiar a los ricos, y cuán propensos son los ricos a despreciar a los pobres. Pero cuando vemos por la fe al Hijo de Dios hecho hombre y acostado en un pesebre, nuestra vanidad, ambición y envidia se frenan. No podemos, con este objeto correctamente delante de nosotros, buscar grandes cosas para nosotros o para nuestros hijos

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