11-15 Aquí se exponen los motivos más fuertes contra el pecado y para imponer la santidad. Habiendo sido liberados del reino del pecado, vivos para Dios, y teniendo la perspectiva de la vida eterna, conviene que los creyentes se preocupen mucho por avanzar hacia ella. Pero, como los deseos impuros no están del todo desarraigados en esta vida, debe ser el cuidado del cristiano resistir sus movimientos, esforzándose seriamente para que, por medio de la gracia divina, no prevalezcan en este estado mortal. Que el pensamiento de que este estado pronto llegará a su fin, anime al verdadero cristiano, en cuanto a las mociones de las lujurias, que tan a menudo lo desconciertan y angustian. Presentemos todos nuestros poderes a Dios, como armas o herramientas listas para la guerra y la obra de la justicia, en su servicio. Hay fuerza en el pacto de la gracia para nosotros. El pecado no tendrá dominio. Las promesas de Dios a nosotros son más poderosas y eficaces para mortificar el pecado, que nuestras promesas a Dios. El pecado puede luchar en un verdadero creyente, y crearle una gran cantidad de problemas, pero no tendrá dominio; puede fastidiarlo, pero no lo gobernará. ¿Deberá alguien aprovechar esta doctrina alentadora para permitirse la práctica de cualquier pecado? Lejos están esos pensamientos abominables, tan contrarios a las perfecciones de Dios y al designio de su evangelio, tan opuestos a estar bajo la gracia. ¿Qué puede ser un motivo más fuerte contra el pecado que el amor de Cristo? ¿Pecaremos contra tanta bondad y tanto amor?

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