1-13 Los que profesan la fe en Cristo como el Señor de la gloria, no deben respetar a las personas a causa de meras circunstancias y apariencias externas, de una manera que no concuerda con su profesión de ser discípulos del humilde Jesús. Santiago no alienta aquí la grosería o el desorden: se debe tener un respeto civil, pero nunca tal que influya en los procedimientos de los cristianos al disponer de los oficios de la iglesia de Cristo, o al aprobar las censuras de la iglesia, o en cualquier asunto de religión. Cuestionarnos a nosotros mismos es de gran utilidad en todas las partes de la vida santa. Seamos más frecuentes en esto, y en todo aprovechemos la ocasión para hablar con nuestras almas. Como los lugares de culto no pueden ser construidos o mantenidos sin gastos, puede ser apropiado que los que contribuyen a ellos sean acomodados en consecuencia; pero si todas las personas tuvieran una mentalidad más espiritual, los pobres serían tratados con más atención de lo que suele ser el caso en las congregaciones de culto. Un estado humilde es el más favorable para la paz interior y para el crecimiento en la santidad. Dios daría a todos los creyentes las riquezas y los honores de este mundo, si éstos les hicieran bien, ya que los ha elegido para ser ricos en la fe, y los ha hecho herederos de su reino, que prometió conceder a todos los que le aman. Considera cuántas veces las riquezas conducen al vicio y al mal, y qué grandes reproches se lanzan a Dios y a la religión, por parte de los hombres de la riqueza, del poder y de la grandeza mundana; y hará que este pecado parezca muy pecaminoso y necio. La Escritura da como ley el amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos. Esta ley es una ley real, viene del Rey de reyes; y si los cristianos actúan injustamente, son condenados por la ley como transgresores. Pensar que nuestras buenas acciones expiarán nuestras malas acciones, nos pone claramente en la búsqueda de otra expiación. De acuerdo con el pacto de las obras, una infracción de cualquier mandamiento pone a un hombre bajo la condenación, de la cual ninguna obediencia, pasada, presente o futura, puede librarlo. Esto nos muestra la felicidad de los que están en Cristo. Podemos servirle sin temor servil. Las restricciones de Dios no son una esclavitud, pero nuestras propias corrupciones sí lo son. La condena de los pecadores impenitentes será finalmente un juicio sin misericordia. Pero Dios considera que es su gloria y su alegría perdonar y bendecir a los que podrían ser condenados justamente en su tribunal; y su gracia enseña a los que participan de su misericordia a copiarla en su conducta.

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