14-26 Se equivocan aquellos que ponen una mera creencia nocional del evangelio por toda la religión evangélica, como muchos hacen ahora. Sin duda, la fe verdadera, por la cual los hombres tienen parte en la justicia, la expiación y la gracia de Cristo, salva sus almas; pero produce frutos santos, y se demuestra que es real por su efecto en sus obras; mientras que el mero asentimiento a cualquier forma de doctrina, o la mera creencia histórica de cualquier hecho, difiere totalmente de esta fe salvadora. Una mera profesión puede ganar la buena opinión de las personas piadosas; y puede procurar, en algunos casos, cosas buenas mundanas; pero ¿de qué le servirá a alguien ganar todo el mundo, y perder su alma? ¿Puede esta fe salvarle? Todas las cosas deben ser consideradas provechosas o no provechosas para nosotros, según tiendan a adelantar o impedir la salvación de nuestras almas. Este lugar de la Escritura muestra claramente que una opinión o asentimiento al evangelio, sin obras, no es fe. No hay manera de demostrar que realmente creemos en Cristo, sino siendo diligentes en las buenas obras, por motivos evangélicos y con fines evangélicos. Los hombres pueden jactarse ante los demás, y presumir de lo que realmente no tienen. No sólo debe haber asentimiento en la fe, sino consentimiento; no sólo un asentimiento a la verdad de la palabra, sino un consentimiento para tomar a Cristo. La verdadera creencia no es un acto del entendimiento solamente, sino una obra de todo el corazón. Que una fe justificadora no puede ser sin obras, se muestra en dos ejemplos, Abraham y Rahab. Abraham creyó a Dios, y le fue contado por justicia. La fe, al producir tales obras, lo hizo acreedor a favores peculiares. Vemos entonces,  Santiago 2:24, que el hombre es justificado por las obras, no por una simple opinión o profesión, o por creer sin obedecer, sino por tener una fe que produce buenas obras. Y tener que negar su propia razón, afectos e intereses, es una acción digna de probar a un creyente. Observe aquí el maravilloso poder de la fe para cambiar a los pecadores. La conducta de Rahab demostró que su fe era viva, o que tenía poder; demostró que creía con su corazón, no simplemente por un asentimiento del entendimiento. Prestemos, pues, atención, porque las mejores obras, sin la fe, están muertas; les falta la raíz y el principio. Por la fe cualquier cosa que hagamos es realmente buena; como hecha en obediencia a Dios, y con miras a su aceptación: la raíz es como si estuviera muerta, cuando no hay fruto. La fe es la raíz, las buenas obras son los frutos; y debemos procurar tener ambos. Esta es la gracia de Dios en la que estamos, y debemos mantenernos en ella. No hay un estado intermedio. Cada uno debe vivir como amigo de Dios, o como enemigo de Dios. Vivir para Dios, como  consecuencia de la fe, que justifica y salva, nos obliga a no hacer nada contra él, sino todo por él y para él.

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