Versículo 7. "Pero cuando oréis, no uséis vanas repeticiones, como hacen los gentiles, porque piensan que por su palabrería serán oídos. 8. No seáis, pues, como ellos, porque vuestro Padre sabe lo que tenéis". necesidad, antes de que le pidáis".

Ag.: Como los hipócritas suelen colocarse para ser vistos en sus oraciones, cuya recompensa es ser aceptable a los hombres; así los étnicos (es decir, los gentiles) suelen pensar que serán oídos por su palabrería; por lo tanto, añade: "Cuando oréis, no uséis muchas palabras".

Casiano, Collat. ix. 36. Es cierto que debemos orar a menudo, pero en forma breve, no sea que si nos demoramos en nuestras oraciones, el enemigo que nos acecha pueda sugerir algo a nuestros pensamientos.

Aug., Epist., 130, 10: Sin embargo, continuar mucho tiempo en oración no es, como algunos piensan, lo que se quiere decir aquí con "usar muchas palabras". Porque una cosa es mucho hablar, y otra perdurable fervor. Porque del mismo Señor está escrito, que estuvo toda la noche en oración, y oró mucho, dándonos ejemplo. Se dice que los hermanos en Egipto usan oraciones frecuentes, pero muy cortas, y como si fueran jaculatorias apresuradas, no sea que ese fervor de espíritu, que es lo más conveniente para nosotros en la oración, se rompa violentamente por una continuación más larga.

Esto mismo muestra suficientemente que este fervor de espíritu, así como no debe ser forzado si no puede durar, así si ha durado no debe ser roto violentamente. Que la oración sea, pues, sin muchas palabras, pero no sin muchas súplicas, si se puede sostener este espíritu ferviente; porque mucho hablar en la oración es usar en un asunto necesario más palabras de las necesarias. Pero suplicar mucho es importunar con calor perdurable el corazón a Aquel a quien se dirige nuestra súplica; porque a menudo este negocio se hace más con gemidos que con palabras, con llanto más que con palabras.

Cris.: Por esto disuade de hablar vanamente en la oración; como, por ejemplo, cuando pedimos a Dios cosas impropias, como dominios, fama, superación de nuestros enemigos, o abundancia de riquezas. Él ordena entonces que nuestras oraciones no sean largas; largo, es decir, no en el tiempo, sino en multitud de palabras. Porque es justo que los que piden perseveren en su petición; "siendo instantáneos en la oración", como instruye el Apóstol; pero no por eso nos ordena componer una oración de diez mil versos, y decirlo todo; lo cual Él insinúa en secreto, cuando dice: "No uséis muchas palabras".

Brillo. ord.: Lo que Él condena son muchas palabras en oración que vienen de falta de fe; "como hacen los gentiles". Porque era necesaria una multitud de palabras para los gentiles, viendo que los demonios no podían saber lo que pedían, hasta que ellos los instruyeran; piensan que serán oídos por su palabrería.

Aug.: Y en verdad todo lo superfluo del discurso ha venido de los gentiles, que más se esfuerzan por ejercitar la lengua que por limpiar el corazón, e introducen este arte de la retórica en aquello en lo que necesitan persuadir a Dios.

Greg., Mor. xxxiii. 23: La verdadera oración consiste más bien en los amargos gemidos de arrepentimiento que en la repetición de formas establecidas de palabras.

Aug.: Porque usamos muchas palabras entonces cuando tenemos que instruir a uno que está en la ignorancia, qué necesidad de ellas para Aquel que es Creador de todas las cosas; "Vuestro Padre celestial sabe lo que tenéis necesidad antes de que se lo pidáis"

Jerónimo: O esto da inicio a una herejía de ciertos filósofos [nota de margen: epicúreos] que enseñaron el dogma equivocado de que si Dios sabe por qué debemos orar y, antes de que pidamos, sabe lo que necesitamos, nuestra oración está hecha innecesariamente para aquel que tiene tal conocimiento. A los tales respondemos brevemente: Que en nuestras oraciones no instruimos, sino que rogamos; una cosa es informar al ignorante, otra mendigar al entendido: las primeras eran enseñar; el segundo es realizar un servicio de deber.

Cris.: No rezas, pues, para enseñar a Dios tus necesidades, sino para conmoverlo, para que te hagas su amigo por la importunidad de tus peticiones a Él, para que te humilles, para que recuerdes tus pecados. .

Aug.: Tampoco debemos usar palabras para tratar de obtener de Dios lo que quisiéramos, sino buscar con intensa y ferviente aplicación de la mente, con amor puro y espíritu suplicante.

Agosto, Epístola. 130. 9: Pero aun con palabras debemos orar a Dios en ciertos momentos, para que por estas señales de las cosas nos tengamos en cuenta, y sepamos qué progreso hemos hecho en tal deseo, y nos incitemos más. activamente para aumentar este deseo, que después de haber comenzado a calentarse, no pueda enfriarse y congelarse completamente por diversos cuidados, sin nuestro cuidado continuo para mantenerlo vivo.

Las palabras, pues, nos son necesarias para que seamos movidos por ellas, para que entendamos claramente qué es lo que pedimos, no para que pensemos que por ellas se instruye o se persuade al Señor.

Agosto, Serm. en Mont., ii, 3: Todavía se puede preguntar, ¿cuál es el uso de la oración en absoluto, ya sea hecha en palabras o en la meditación de las cosas, si Dios ya sabe lo que es necesario para nosotros. La postura mental de oración calma y purifica el alma y la hace más capaz de recibir los dones divinos que en ella se derraman. Porque Dios no nos escucha por la fuerza prevaleciente de nuestras súplicas; Él está en todo momento dispuesto a darnos su luz, pero nosotros no estamos preparados para recibirla, sino proclives a otras cosas.

Hay entonces en la oración una vuelta del cuerpo a Dios, y una limpieza del ojo interior, mientras que las cosas mundanas que deseábamos son cerradas, para que el ojo de la mente unificado pueda soportar la luz única, y en él permanece con esa alegría con la que se perfecciona una vida feliz.

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