Verso 14. Sabemos que hemos pasado de muerte.

Si bien somos odiados por el mundo, esto no debe ser considerado por nosotros, ya que sabemos que hemos pasado de un estado cuyo fin último es la muerte eterna, a un estado cuyo fin es la vida eterna.

Porque amamos a los hermanos.

Aquí se da la razón del conocimiento que poseemos de haber pasado de muerte a vida. El amor de los hermanos es la prueba. Esta es la marca más segura por la cual podemos conocer nuestro estado. Esta disposición la ordena nuestra santa religión. No hay peligro de que el humilde discípulo, por los altos elogios que los sagrados Escritores hacen de esta virtud, concluya jamás que el amor a los hermanos agota todos sus deberes cristianos.

Él sabe mejor; siempre tiene ante sí el ejemplo de su Maestro y sus benditas enseñanzas, y éstas inequívocamente requieren de sus manos muchos otros deberes que abarcan a los que no pertenecen a la hermandad.

Permanece en la muerte.

La prueba por la cual uno puede saber que no se alberga la esperanza de la vida eterna. Cuando uno odia a su hermano, la prueba es segura. Tal persona está todavía bajo la condenación de muerte; en otras palabras, él está en ese estado que culminará en la muerte eterna.

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