Obsérvese aquí cómo Dios une y empareja en Cristo lo humilde con lo sublime, lo humano con lo divino, el veneno con el antídoto, para mostrar que en Él la naturaleza humana estaba unida a la Divina Majestad. Cristo sería circuncidado, tomando así la apariencia de pecado, pero ahora, cuando borra esta apariencia, le da el nombre de Jesús, el Salvador que sana todos los pecados. Así también quiso hacer nacer a Cristo en un establo y acostarlo en un pesebre, como siendo pobre y abyecto, pero pronto llamó por la estrella a los tres reyes magos, y por el ángel a los pastores para que lo adoraran.

Entonces, nuevamente, Él lo haría sufrir, ser crucificado y morir; pero al mismo tiempo oscureció el sol y la luna, partió las rocas y sacudió la tierra, para que todos los elementos pudieran testificar y llorar por el ignominioso asesinato de su Creador. Entonces, cuanto más se humilló Cristo, más lo exaltó el Padre. A ti, cristiano, Él hará lo mismo; por tanto, no temas ser humillado, sabiendo con certeza que por este medio serás exaltado. Porque el camino de la gloria es la humillación, según aquella promesa de Cristo: "Todo el que se humilla será enaltecido".

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