a saber, que Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo, no tomándoles en cuenta sus pecados, y encomendándonos a nosotros la palabra de la reconciliación. [El amor de Cristo, digo, me constriñe a sacrificarme por los hombres, y a persuadirlos cuando me malinterpretan groseramente, ya buscar la reconciliación con ellos cuando luchan contra mí. Porque toda la dispensación bajo la cual trabajo proviene de Dios, y es un esfuerzo de su parte para reconciliar consigo a sus enemigos humanos.

Cuando yo mismo era tal enemigo, Dios me reconcilió y me dio la obra o ministerio de reconciliar a otros; de modo que estoy obligado, tanto por un sentido del deber como por el de la gratitud, a proclamar a los hombres que Dios envió a Cristo para reconciliar con él al mundo mediante el perdón de aquellas ofensas que les hacían temerle y odiarlo; y para no fallar en este sagrado oficio, estoy igualmente obligado a persuadir a los hombres de que este ministerio de reconciliación me está encomendado.]

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