(9) Os escribí en una epístola que no os acompañarais con fornicarios: (10) Sin embargo, no todos los fornicarios de este mundo, ni con los avaros, ni con los estafadores, ni con los idólatras; porque entonces es necesario que salgan del mundo. (11) Pero ahora os he escrito que no os hagáis compañía, si alguno que es llamado hermano es fornicario, o avaro, o idólatra, o insultante, o borracho, o estafador; con alguien así no para no comer.

(12) ¿Qué tengo yo que hacer para juzgar también a los de fuera? ¿No juzgáis vosotros a los de dentro? (13) Pero a los que están fuera, Dios juzga. Por consiguiente aleja de nosotros a esa malvada persona.

No creo necesario detener al lector con una observación particular sobre lo que aquí se dice en esos versos. Nos enseña muy claramente que lo que escribió fue para la Iglesia, no para el mundo impío. Dice que no tiene nada que hacer para juzgar a los que están afuera. Estos se los deja al Señor. Pero su afectuoso consejo fue para la Iglesia. Y a la Iglesia recomienda de nuevo que aparten de entre ellos a esa persona malvada.

Y si, como me inclino a pensar, que este apartamiento fue por un tiempo de las ordenanzas, para humillar el alma y amonestar a la Iglesia, sirve para mostrar cuán vigilante estaba el Apóstol sobre las ordenanzas y el gobierno de la Iglesia, y se convierte en un modelo adecuado para que la Iglesia o Dios, en todas las edades, lo adopte en todas las ocasiones similares de pecado en los miembros

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