(15) Pero de ninguna de estas cosas me aproveché, ni tampoco escribí estas cosas para que así se me hiciera; porque mejor me sería morir, que nadie anulara mi gloria. (16) Porque aunque predico el evangelio, no tengo de qué gloriarme: porque me es impuesta necesidad; sí, ¡ay de mí si no predico el evangelio! (17) Porque si hago esto de buena gana, tengo recompensa; pero si contra mi voluntad, se me encomienda una dispensación del evangelio. (18) ¿Cuál es entonces mi recompensa? En verdad, que cuando predique el evangelio, pueda hacer el evangelio de Cristo sin cargo, para que no abuse de mi poder en el evangelio.

La imaginación no puede proporcionarse un cuadro de desinterés más hermoso que el que aquí se expone del apóstol Pablo. No estaba discutiendo por sí mismo, porque hubiera preferido morir, antes que se debería haber dicho, predicó por lucro deshonesto. Pero estaba luchando por los demás. Sintió angustia porque a alguno de los ministros fieles de Dios le faltara el pan perecedero, mientras distribuía el pan que permanece para vida eterna.

Pero, en cuanto a sí mismo, no buscaba lucro, sino utilidad para las almas. ¡Oh! qué contraste con los que reciben, pero no dan; que se preocupan por las cosas terrenales y no las celestiales. Pablo sabía que servía a un Maestro generoso, y que su Señor no permitiría que él quisiera mientras se entregaba a su pueblo. ¡Pero el que mira las ganancias y no mira el redil, tendrá una cuenta lamentable que rendir cuando aparezca el Pastor Principal!

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