Entonces Jesús les dijo: No temáis; Id, decid a mis hermanos que vayan a Galilea, y allí me verán.

Esta fue sin duda la primera aparición del Cristo resucitado. Mientras se apresuraban hacia la ciudad, y probablemente antes de que hubieran dejado los límites del jardín, Jesús vino a recibirlos y les dio el maravilloso saludo. ¡Todos alaben! ¡Alegrarse! Solo hay gozo, paz y felicidad duradera en el reino del Señor resucitado. Las mujeres, reconociéndolo, se postraron a sus pies en la plenitud de su gozo y adoración.

Al mismo tiempo, la exuberancia y la excitación les hizo aferrarse a Él, como si temieran perderlo una vez más. Y por eso Jesús vuelve a tranquilizarlos. Ningún temor debe vivir en sus corazones de ahora en adelante y para siempre, sino solo el deseo de llevar las gozosas nuevas a los apóstoles, a quienes Él aquí amorosamente llama Sus hermanos. Ahora estaban más cerca de Él que nunca. A pesar de su deserción, sabía que su fe no se había perdido para siempre, sino que sólo la ocultaba el miedo.

Este mensaje tenía la intención de ser una noticia alentadora y consoladora, para renovar la fe, la esperanza y la confianza en sus corazones. De la misma manera, todos los creyentes en Cristo y Su resurrección son ahora los hermanos y hermanas de Cristo en el mejor y más completo significado del término. Porque con el tiempo y mediante su fe se han convertido en participantes de todos los frutos gloriosos de la resurrección de Cristo. Y así han sido colocados por Dios Padre al mismo nivel que su propio Hijo Jesucristo, siendo coherentes con él del gozo y la bienaventuranza eternos.

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