Como la carta de Santiago, el propósito de esto era establecer a aquellos que estaban pasando por un período de sufrimiento y prueba. En su introducción, el apóstol usó el nombre que Jesús le había dado, "Pedro". Describió a aquellos a quienes escribió como "elegidos ... según la presciencia de Dios" y "en santificación del Espíritu". Abordó el tema de la prueba de su fe recordándoles la naturaleza celestial de su vocación. El resultado final de la misma es una herencia, cuyas características están en contraste directo con las herencias de la tierra.

Acercándose al hecho real de sus pruebas, el apóstol les iluminó la gran esperanza. El gozo debería ser de ellos al saber que el resultado de la prueba sería la vindicación de su fe en la revelación de Jesucristo.

Esta maravillosa salvación había sido objeto de indagaciones e investigaciones por parte de los profetas de la antigüedad, y los ángeles deseaban investigar el asunto. Habiendo puesto la prueba de su confianza en relación con su propósito, el apóstol procedió a la exhortación práctica y se ocupó, primero, de la responsabilidad individual y luego de la responsabilidad relativa. La actitud personal se describe como ceñir los lomos de la mente, con la esperanza perfectamente puesta en la consumación asegurada.

Luego se usa el argumento más fuerte. Es que han sido redimidos, traídos de la esclavitud a la libertad de los niños. Esa redención se proporcionó a un costo infinito. El apóstol pasa luego a los mandamientos relativos, y el primero los llama a mantener el amor sincero por los hermanos.

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