14-22 Santificamos a Dios ante los demás, cuando nuestra conducta les invita y anima a glorificarlo y honrarlo. ¿Cuál era el fundamento y la razón de su esperanza? Debemos ser capaces de defender nuestra religión con mansedumbre, en el temor de Dios. No hay lugar para ningún otro temor donde está este gran temor; no perturba. La conciencia es buena, cuando hace bien su oficio. En una triste condición se encuentra aquella persona en la que el pecado y el sufrimiento se encuentran: el pecado hace que el sufrimiento sea extremo, sin consuelo y destructivo. Seguramente es mejor sufrir por hacer el bien que por hacer el mal, sea cual sea nuestra impaciencia natural a veces. El ejemplo de Cristo es un argumento a favor de la paciencia en los sufrimientos. En el caso del sufrimiento de nuestro Señor, el que no conoció el pecado, sufrió en lugar de los que no conocieron la justicia. El bendito fin y el propósito de los sufrimientos de nuestro Señor fueron reconciliarnos con Dios y llevarnos a la gloria eterna. Fue condenado a muerte en lo que respecta a su naturaleza humana, pero fue vivificado y resucitado por el poder del Espíritu Santo. Si Cristo no pudo librarse de los sufrimientos, ¿por qué los cristianos han de pensar en ello? Dios se fija en los medios y en las ventajas que han tenido los hombres en todas las épocas. En cuanto al mundo antiguo, Cristo envió su Espíritu; dio aviso por medio de Noé. Pero aunque la paciencia de Dios espera mucho, al final cesará. Y los espíritus de los pecadores desobedientes, tan pronto como salen de sus cuerpos, son enviados a la prisión del infierno, donde están ahora los que despreciaron la advertencia de Noé, y de donde no hay redención. La salvación de Noé en el arca sobre el agua, que lo llevó por encima de las inundaciones, establece la salvación de todos los verdaderos creyentes. Esa salvación temporal por el arca era un tipo de la salvación eterna de los creyentes por el bautismo del Espíritu Santo. Para evitar errores, el apóstol declara lo que quiere decir con el bautismo salvador; no la ceremonia externa de lavarse con agua, que, en sí misma, no hace más que quitar la suciedad de la carne, sino ese bautismo, del cual el agua bautismal formó la señal. No la ordenanza externa, sino cuando un hombre, por la regeneración del Espíritu, fue capacitado para arrepentirse y profesar la fe, y proponerse una nueva vida, rectamente, y como en la presencia de Dios. Tengamos cuidado de no basarnos en las formas externas. Aprendamos a mirar las ordenanzas de Dios espiritualmente, y a investigar el efecto espiritual y la obra de ellas en nuestras conciencias. Quisiéramos que toda la religión se redujera a las cosas externas. Pero muchos de los que fueron bautizados y asistieron constantemente a las ordenanzas, han permanecido sin Cristo, han muerto en sus pecados y ya no se han recuperado. No descanses entonces hasta que seas limpiado por el Espíritu de Cristo y la sangre de Cristo. Su resurrección de entre los muertos es lo que nos asegura la purificación y la paz.

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