11-16  No conviene a ningún hombre, pero especialmente a los hombres de Dios, poner su corazón en las cosas de este mundo; los hombres de Dios deben ocuparse de las cosas de Dios. Debe haber un conflicto con la corrupción, las tentaciones y los poderes de las tinieblas. La vida eterna es la corona propuesta para nuestro estímulo. Estamos llamados a aferrarnos a ella. A los ricos hay que señalarles especialmente sus peligros y deberes, en cuanto al uso adecuado de las riquezas. Pero, ¿quién puede dar tal cargo, que no esté él mismo por encima del amor a las cosas que la riqueza puede comprar? La aparición de Cristo es cierta, pero no nos corresponde saber el momento. Los ojos mortales no pueden soportar el brillo de la gloria divina. Nadie puede acercarse a él, excepto cuando se da a conocer a los pecadores en y por Cristo. La Divinidad es aquí adorada sin distinción de Personas, como se habla propiamente de todas estas cosas, ya sea del Padre, del Hijo o del Espíritu Santo. Dios se nos revela sólo en y por la naturaleza humana de Cristo, como Hijo unigénito del Padre.

Continúa después de la publicidad
Continúa después de la publicidad