1-6 Las diferencias de opinión prevalecían incluso entre los seguidores inmediatos de Cristo y sus discípulos. San Pablo tampoco intentó acabar con ellas. El asentimiento forzado a cualquier doctrina, o la conformidad con las observancias externas sin estar convencidos, sería hipócrita e inútil. Los intentos de producir una unidad de mente absoluta entre los cristianos serían inútiles. No dejemos que la comunión cristiana se vea perturbada por disputas de palabras. Será bueno que nos preguntemos, cuando estemos tentados a despreciar y culpar a nuestros hermanos: ¿No los ha poseído Dios? y si lo ha hecho, ¿me atrevo a repudiarlos? Que el cristiano que usa su libertad, no desprecie a su hermano débil como ignorante y fanático. Que el creyente escrupuloso no encuentre faltas en su hermano, porque Dios lo aceptó, sin considerar las distinciones de las carnes. Usurpamos el lugar de Dios, cuando nos encargamos de juzgar los pensamientos e intenciones de los demás, que están fuera de nuestra vista. El caso de la observancia de los días era muy parecido. Los que sabían que todas estas cosas habían desaparecido con la venida de Cristo, no hacían caso de las fiestas de los judíos. Pero no basta que nuestra conciencia consienta en lo que hacemos; es necesario que lo certifique la palabra de Dios. Cuidado con actuar en contra de una conciencia dudosa. Todos somos propensos a hacer de nuestras propias opiniones la norma de la verdad, a considerar ciertas cosas que a otros les parecen dudosas. Así, los cristianos a menudo se desprecian o condenan unos a otros, sobre asuntos dudosos sin importancia. Una mirada agradecida a Dios, Autor y Dador de todas nuestras misericordias, las santifica y endulza.

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