Ver 12. "Y perdónanos nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores".

Cipriano, Tr. vii, 15: Después de la provisión de alimentos, se pide luego el perdón de los pecados, para que el que se alimenta de Dios viva en Dios, y no sólo se le provea la vida presente y pasajera, sino también la eterna; a lo cual podemos llegar, si recibimos el perdón de nuestros pecados, a los que el Señor da el nombre de deudas, como dice más adelante: Toda aquella deuda te perdoné, porque me deseaste. [ Mateo 18:32 ]

Cuán bueno es para nuestra necesidad, cuán providente y salvador es recordar que somos pecadores obligados a pedir por nuestras ofensas, de modo que al reclamar la indulgencia de Dios, la mente recuerda su culpa. Para que ningún hombre pueda envanecerse con la pretensión de la inocencia, y perezca más miserablemente a través de la exaltación propia, se le instruye que cometa pecado todos los días al ser mandado orar por sus pecados.

Agosto, De Don. Pers., 5: Con esta arma recibieron su golpe de muerte los herejes pelagianos, que se atreven a decir que un hombre justo está completamente libre de pecado en esta vida, y que de tales se compone en este tiempo una Iglesia, "sin mancha ni arruga."

Cris.: Que esta oración es para los fieles, enseñan tanto las leyes de la Iglesia como el comienzo de la oración que nos instruye a llamar a Dios Padre. Al pedir así a los fieles que oren por el perdón de los pecados, muestra que incluso después del bautismo el pecado puede ser perdonado (contra los novacianos).

Cipriano: El que nos enseñó a orar por nuestros pecados, nos ha prometido que sobrevendrá su paternal misericordia y perdón. Pero ha añadido además una regla, obligándonos bajo la condición y responsabilidad fijas, de que debemos pedir que nuestros pecados sean perdonados de la misma manera que perdonamos a los que nos deben.

Greg., Mor., x, 15: El bien que en nuestra penitencia pedimos a Dios, debemos volverlo primero y darlo a nuestro prójimo.

Agosto, Serm. en Mont., ii, 8: Esto no se dice sólo de las deudas de dinero, sino de todas las cosas en que alguno peca contra nosotros, y entre éstas también de dinero, porque peca contra vosotros, quien no devuelve el dinero debido a ti, cuando tiene de dónde puede devolverlo. A menos que perdones este pecado, no puedes decir: "Perdónanos nuestras deudas, como nosotros perdonamos a nuestros deudores".

Pseudo-Chrys.: ¿Con qué esperanza entonces ora el que alberga odio contra otro por quien ha sido agraviado? Como reza con una falsedad en los labios, cuando dice, perdono, y no perdono, así pide indulgencia a Dios, pero no se la concede. Hay muchos que, no queriendo perdonar a los que les ofenden, no usarán esta oración.

¡Que tonto! Primero, porque el que no ora como enseñó Cristo, no es discípulo de Cristo; y en segundo lugar, porque el Padre no escucha fácilmente ninguna oración que el Hijo no haya dictado; porque el Padre conoce la intención y las palabras del Hijo, y no aceptará las peticiones que ha sugerido la humana presunción, sino sólo las que la sabiduría de Cristo ha presentado.

Aug., Enchir., 73: Por cuanto esta bondad tan grande, a saber, perdonar las deudas y amar a nuestros enemigos, no puede ser poseída por un número tan grande como suponemos que se escucha en el uso de esta oración; sin duda se cumplen los términos de esta estipulación; aunque uno no haya alcanzado tal habilidad como para amar a su enemigo; sin embargo, si cuando alguien le pide que lo perdone, quien le ha ofendido, lo perdona de corazón; pues él mismo desea ser perdonado al menos cuando pide perdón.

Y si alguno ha sido movido por el sentido de su pecado a pedir perdón a aquel contra quien ha pecado, ya no se debe pensar en él como un enemigo, para que haya algo difícil en amarlo, como lo hubo cuando estaba en enemistad activa.

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