heb. 7:3-18. Sin padre, sin madre, sin descendencia, sin principio de días, ni fin de vida; pero hecho semejante al Hijo de Dios; permanece un sacerdote continuamente. Ahora considera cuán grande (era) este hombre, a quien incluso el patriarca Abraham dio el diezmo del botín. Y en verdad, los que son de los hijos de Leví, que reciben el oficio del sacerdocio, tienen mandamiento de tomar los diezmos del pueblo conforme a la ley, esto es, de sus hermanos, aunque procedan de los lomos de Abraham: Pero aquel cuya descendencia no se cuenta entre ellos recibió los diezmos de Abraham, y bendijo al que tenía las promesas.

Y sin toda contradicción se bendice lo menos de lo mejor. Y aquí hombres que mueren reciben diezmos; pero allí (los recibe), de quien se da testimonio de que vive. Y como puedo decir, también Leví, que recibe diezmos, pagó diezmos en Abraham. Porque aún estaba en los lomos de su padre, cuando Melquisedec le salió al encuentro. Si, pues, la perfección era por el sacerdocio levítico (porque bajo él recibió el pueblo la ley), ¿qué más necesidad (había) de que otro sacerdote se levantara según el orden de Melquisedec, y no fuera llamado según el orden de Aarón? Porque cambiado el sacerdocio, se hace necesario también el cambio de la ley.

Porque aquel de quien se dicen estas cosas, es de otra tribu, de la cual nadie asistió al altar. Porque (es) evidente que nuestro Señor surgió de Judá; de la cual tribu Moisés no habló nada acerca del sacerdocio. Y es todavía mucho más evidente: que a la semejanza de Melquisedec se levanta otro sacerdote, que no es hecho según la ley de un mandamiento carnal, sino según el poder de una vida eterna.

Porque él testifica: Tú (eres) sacerdote para siempre según el orden de Melquisedec. Porque verdaderamente hay una anulación del mandamiento anterior por su debilidad e inutilidad.

heb. 7:19

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