νόμον οὖν καταργοῦμεν διὰ τῆς πίστεως; ¿Anulamos entonces la “ley” por medio de la fe de la que hemos estado hablando? Quizás si Ley se escribiera con mayúscula, sugeriría el verdadero significado. El Apóstol habla como de la conciencia de un objetor judío: ¿es todo lo que alguna vez hemos llamado Ley toda la religión judía ese orden divinamente establecido, y todo lo de la misma naturaleza anulado por la fe? Dios no lo quiera, responde: por el contrario, la Ley está asentada sobre una base segura; por primera vez obtiene sus derechos.

Probar esto era una de las principales tareas del Apóstol de la Nueva Alianza. Una especie de prueba se da en el capítulo 4, donde muestra que santos representativos bajo la Antigua Dispensación, como Abraham, fueron justificados por la fe. Ese es todavía el orden Divino, y es más seguro que nunca bajo el Evangelio. Otro tipo de prueba se da en los caps. 6 8, donde se despliega la vida nueva del cristiano, y se nos muestra que “las justas exigencias de la ley” se cumplen en los creyentes, y sólo en los creyentes. La afirmación que hace aquí el Apóstol, y establece en estos dos pasajes, es la misma que en las palabras de nuestro Señor: No he venido a abrogar (la ley ni a los profetas), sino a cumplir.

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