Nuestras propias cargas y las de los demás

Gálatas 6:1

El espíritu del mundo se regocija del pecado; el Espíritu de Cristo nos lleva a restaurar al pecador. Nuestro primer pensamiento nunca debe ser la venganza o el desprecio, o el ajuste de nuestras propias demandas, sino más bien cómo ayudar a nuestro hermano caído a recuperar su antiguo lugar en el amor de Dios. El recuerdo de nuestras propias tentaciones y fracasos debería hacernos muy compasivos y tiernos. El Apóstol no habla, en este lugar, de pecado premeditado, sino de aquello en lo que somos atrapados y tomados desprevenidos.

Los hombres más espirituales de la Iglesia son necesarios para esta santa obra de restauración, y deben hacerlo con gran mansedumbre y humildad. Así es como llevamos las cargas de los demás; pero hay algunas cargas que cada uno debe llevar por sí solo, como su propia existencia y su responsabilidad personal ante Dios.

La vida es la hora de la siembra. Es la oportunidad de prepararse para cosechas celestiales. Los surcos abiertos invitan a la semilla, y en cada momento, de alguna forma, esparcimos semillas que inevitablemente volveremos a encontrar en su fruto. Recordemos especialmente nuestras obligaciones para con los propios hijos de Dios.

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