1-8 El apóstol se percata de un abuso flagrante, al que los corintios hicieron un guiño. El espíritu de camaradería y una falsa noción de la libertad cristiana parecen haber salvado al infractor de la censura. Es verdaderamente lamentable que los profesantes del Evangelio cometan a veces delitos de los que incluso los paganos se avergonzarían. El orgullo espiritual y las falsas doctrinas tienden a provocar y difundir tales escándalos. ¡Qué terribles son los efectos del pecado! El diablo reina donde no reina Cristo. Y un hombre está en su reino, y bajo su poder, cuando no está en Cristo. El mal ejemplo de un hombre influyente es muy perverso; se propaga a lo largo y ancho. Los principios y ejemplos corruptos, si no se corrigen, perjudican a toda la iglesia. Los creyentes deben tener corazones nuevos y llevar vidas nuevas. Su conversación común y sus actos religiosos deben ser santos. El sacrificio de Cristo, nuestra Pascua, está tan lejos de hacer innecesaria la santidad personal y pública, que proporciona poderosas razones y motivos para ello. Sin la santidad no podemos vivir por fe en él, ni participar en sus ordenanzas con comodidad y provecho.

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