1-5 Nuestro Señor oró como hombre y como mediador de su pueblo; sin embargo, habló con majestad y autoridad, como uno con el Padre e igual a él. La vida eterna no podía ser dada a los creyentes, a menos que Cristo, su Fiador, glorificara al Padre y fuera glorificado por él. Este es el camino del pecador hacia la vida eterna, y cuando este conocimiento se perfeccione, la santidad y la felicidad se disfrutarán plenamente. La santidad y la felicidad de los redimidos, son especialmente esa gloria de Cristo, y de su Padre, que fue el gozo puesto delante de él, por el cual soportó la cruz y despreció la vergüenza; esta gloria fue el fin del dolor de su alma, y al obtenerla quedó plenamente satisfecho. Así se nos enseña que es necesario que glorifiquemos a Dios como prueba de nuestro interés en Cristo, por quien la vida eterna es un don gratuito de Dios. N°- 6-10. Cristo ora por los que son suyos. Me los entregaste, como ovejas al pastor, para que los guarde; como enfermos al médico, para que los cure; como niños al tutor, para que los enseñe: así entregará su cargo. Es una gran satisfacción para nosotros, en nuestra confianza en Cristo, que él, todo lo que es y tiene, y todo lo que dijo e hizo, todo lo que está haciendo y hará, son de Dios. Cristo ofreció esta oración sólo para su pueblo como creyentes; no para el mundo en general. Sin embargo, nadie que desee ir al Padre, y sea consciente de que no es digno de ir en su propio nombre, tiene que desanimarse por la declaración del Salvador, porque él puede y quiere salvar hasta el extremo a todos los que se acerquen a Dios por él. Las convicciones y los deseos sinceros son señales esperanzadoras de una obra ya realizada en un hombre; comienzan a evidenciar que ha sido elegido para la salvación, mediante la santificación del Espíritu y la creencia en la verdad. Son tuyos; ¿no proveerás para los tuyos? ¿No los asegurarás? Observa el fundamento en el que se basa este alegato: Todos los míos son tuyos, y los tuyos son míos. Esto dice que el Padre y el Hijo son uno. Todo lo mío es tuyo. El Hijo no posee ninguno para él, que no esté dedicado al servicio del Padre.

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