11-16 Cristo no reza para que sean ricos y grandes en el mundo, sino para que sean guardados del pecado, fortalecidos para su deber y llevados a salvo al cielo. La prosperidad del alma es la mejor prosperidad. Suplicó a su santo Padre que los guardara con su poder y para su gloria, para que estuvieran unidos en el afecto y en los trabajos, según la unión del Padre y del Hijo. No oró para que sus discípulos fueran apartados del mundo, para que escaparan de la ira de los hombres, pues tenían una gran obra que realizar para la gloria de Dios y el beneficio de la humanidad. Pero oró para que el Padre los guardara del mal, de ser corrompidos por el mundo, de los restos del pecado en sus corazones, y del poder y la astucia de Satanás. Para que pudieran pasar por el mundo como por el país de un enemigo, como él había hecho. No son dejados aquí para perseguir los mismos objetos que los hombres que los rodean, sino para glorificar a Dios y servir a su generación. El Espíritu de Dios en los verdaderos cristianos se opone al espíritu del mundo.

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