El amor de Dios, y del prójimo por amor de Dios, es paciente para con todos los hombres. Ella sufre toda la debilidad, ignorancia, errores y flaquezas de los hijos de Dios; toda la malicia y la maldad de los hijos del mundo: y todo esto, no solo por un tiempo, sino hasta el fin. Y en cada paso hacia la superación del mal con el bien, es amable, suave, apacible, benigno. Inspira al que sufre a la vez con la dulzura más amable y el afecto más ferviente y tierno.

El amor no actúa precipitadamente, no condena a nadie apresuradamente; nunca dicta una sentencia severa por una visión leve o repentina de las cosas. Tampoco actúa ni se comporta nunca de manera violenta, testaruda o precipitada. No se envanece - Sí, humilla el alma hasta el polvo.

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