Había un hombre enviado por Dios, cuyo nombre era Juan.

Había un hombre enviado por Dios, cuyo nombre era Juan. Al abordar su gran tesis, la manifestación histórica de la Palabra, nuestro evangelista comienza con aquel que fue a la vez heraldo para anunciarlo y contraste para desencadenar su gloria insuperable. Esto, dicho sea de paso, es suficiente para mostrar que los cinco versículos anteriores no deben entenderse del Verbo Encarnado, o de la vida y las acciones de Cristo mientras estuvo sobre la tierra; como alegan, no sólo los socinianos, sino también algunos críticos sensatos demasiado celosos de cualquier cosa que parezca tener un sabor místico, metafísico o trascendental en las Escrituras.

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