y para ofrecer en sacrificio conforme a lo que está dicho en la ley del Señor, un par de tórtolas, o dos palominos.

y para ofrecer en sacrificio conforme a lo que está dicho en la ley del Señor, un par de tórtolas, o dos palominos. El sacrificio apropiado era un cordero para una ofrenda quemada, y una tórtola o palomino como ofrenda por el pecado. Pero si no se podía comprar un cordero, la madre debía traer dos tórtolas o dos pichones de paloma; y si incluso esto estaba más allá de los medios familiares, entonces una porción de flor de harina, pero sin los acompañamientos fragantes habituales de aceite e incienso, porque representaba una ofrenda por el pecado.

De esto deducimos que los padres de nuestro Señor estaban en malas circunstancias, y sin embargo no en la más abyecta pobreza; ya que no trajeron el cordero, ni se aprovecharon de la provisión para los más pobres, sino que presentaron la ofrenda intermedia de "un par de tórtolas, o dos pichones".

Observaciones:

(1) Tenemos aquí el primer ejemplo de ese doble aspecto de la conformidad de Cristo a la ley que lo caracterizó en todo momento. Visto simplemente a la luz de la obediencia, una obediencia en el más alto sentido, voluntaria y perfectamente santa, es para los hombres el modelo de obediencia: Él nos ha dejado un ejemplo para que sigamos sus pasos. Pero como fue hecho bajo la ley sólo para redimir a los que estaban bajo la ley, su obediencia fue más que voluntaria: fue una obediencia estrictamente autoimpuesta; y puesto que es por la obediencia de éste que los muchos son hechos justos, tenía en todo y en cada parte un carácter sustitutivo, que lo hacía único en su conjunto. Puesto que fue obediencia humana, es nuestro glorioso ejemplo: pero como es obediencia mediadora, estrictamente autoimpuesta y vicaria, un extraño no se entromete en ella. Así, Cristo es a la vez imitable e inimitable; y, por paradójico que parezca, es precisamente el carácter inimitable de la obediencia de Cristo lo que nos pone en condiciones de mirarlo en su carácter imitable, con la humilde pero confiada seguridad de que podremos seguir sus pasos.

(2) Que Él, que era rico, se haya vuelto por nosotros mismos, en las mismas circunstancias de Su nacimiento, tan pobre que Sus padres no hubieran podido pagar un cordero para el holocausto en Su presentación en el templo, es algo que afecta singularmente; pero que esta pobreza no era tan abyecta como para despertar la emoción de la piedad, es una de esas marcas de Sabiduría en el arreglo incluso de las circunstancias comparativamente triviales de Su historia, que revelan la presencia divina en todo, estampa el Registro Evangélico con el sello de la verdad, y suscita la devota admiración.

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