11-25 El sacerdocio y la ley por los cuales la perfección no podía venir, han sido eliminados; un Sacerdote ha resucitado, y una dispensación ha sido establecida, por la cual los verdaderos creyentes pueden ser hechos perfectos. Que hay tal cambio es evidente. La ley que hizo el sacerdocio levítico, mostró que los sacerdotes eran criaturas frágiles y moribundas, que no podían salvar sus propias vidas, y mucho menos podían salvar las almas de los que venían a ellos. Pero el Sumo Sacerdote de nuestra profesión ejerce su cargo por el poder de la vida sin fin en sí mismo; no sólo para mantenerse vivo, sino para dar vida espiritual y eterna a todos los que confían en su sacrificio e intercesión. El mejor pacto, del que Jesús fue la garantía, no se contrasta aquí con el pacto de obras, por el que todo transgresor queda encerrado bajo la maldición. Se distingue del pacto del Sinaí con Israel, y de la dispensación legal bajo la cual la iglesia permaneció tanto tiempo. El mejor pacto llevó a la iglesia y a cada creyente a una luz más clara, a una libertad más perfecta y a privilegios más abundantes. En el orden de Aarón había una multitud de sacerdotes, de sumos sacerdotes uno tras otro; pero en el sacerdocio de Cristo sólo hay uno y el mismo. Esta es la seguridad y la felicidad del creyente, que este Sumo Sacerdote eterno es capaz de salvar hasta el extremo, en todos los tiempos, en todos los casos. Seguramente, entonces, nos conviene desear una espiritualidad y una santidad tan superiores a las de los creyentes del Antiguo Testamento, como nuestras ventajas superan las suyas.

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