11-14 Todas las cosas buenas pasadas, presentes y futuras, fueron y son fundadas en el oficio sacerdotal de Cristo, y vienen a nosotros desde allí. Nuestro Sumo Sacerdote entró en el cielo una vez por todas, y ha obtenido la redención eterna. El Espíritu Santo significó y mostró además que los sacrificios del Antiguo Testamento sólo liberaban al hombre exterior de la impureza ceremonial, y lo capacitaban para algunos privilegios exteriores. ¿Qué es lo que dio tal poder a la sangre de Cristo? Fue que Cristo se ofreció a sí mismo sin ninguna mancha pecaminosa en su naturaleza o vida. Esto limpia la conciencia más culpable de las obras muertas, o mortales, para servir al Dios vivo; de las obras pecaminosas, que contaminan el alma, como los cuerpos muertos lo hacían con las personas de los judíos que los tocaban; mientras que la gracia que sella el perdón, crea de nuevo el alma contaminada. Nada destruye más la fe del evangelio, que debilitar por cualquier medio el poder directo de la sangre de Cristo. No podemos sumergirnos en la profundidad del misterio del sacrificio de Cristo, no podemos comprender la altura. No podemos escudriñar su grandeza, ni la sabiduría, ni el amor, ni la gracia que hay en él. Pero al considerar el sacrificio de Cristo, la fe encuentra vida, alimento y refrigerio.

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