25-34 Apenas hay un pecado contra el que nuestro Señor Jesús advierta más a sus discípulos, que las preocupaciones inquietantes, distraídas y desconfiadas por las cosas de esta vida. Esto insnifica a menudo a los pobres tanto como el amor a las riquezas a los ricos. Pero hay un cuidado de las cosas temporales que es un deber, aunque no debemos llevar estos cuidados lícitos demasiado lejos. No pienses en tu vida. No te preocupes por la duración de la misma, sino remítete a Dios para que la alargue o la acorte según le plazca; nuestros tiempos están en su mano, y están en una buena mano. No sobre las comodidades de esta vida; sino dejadla a Dios para que la haga amarga o dulce según le plazca. El alimento y el vestido los ha prometido Dios, por lo que podemos esperarlos. No pienses en el mañana, en el tiempo venidero. No te preocupes por el futuro, por cómo vivirás el próximo año, o cuando seas viejo, o por lo que dejarás atrás. Así como no debemos presumir del mañana, tampoco debemos preocuparnos por el mañana, ni por los acontecimientos de éste. Dios nos ha dado la vida, y nos ha dado el cuerpo. ¿Y qué no puede hacer por nosotros quien lo ha hecho? Si nos preocupamos por nuestras almas y por la eternidad, que son más que el cuerpo y su vida, podemos dejar a Dios que nos provea de alimento y vestido, que son menos. Valga esto como estímulo para confiar en Dios. Debemos reconciliarnos con nuestro estado mundano, como lo hacemos con nuestra estatura. No podemos alterar las disposiciones de la Providencia, por lo que debemos someternos y resignarnos a ellas. La preocupación por nuestras almas es la mejor cura de la preocupación por el mundo. Busca primero el reino de Dios, y haz de la religión tu negocio: no digas que éste es el camino para morir de hambre; no, es el camino para estar bien provisto, incluso en este mundo. La conclusión de todo este asunto es que la voluntad y el mandato del Señor Jesús es que, mediante las oraciones diarias, obtengamos fuerza para soportar nuestros problemas cotidianos y para armarnos contra las tentaciones que los acompañan, y que entonces ninguna de estas cosas nos conmueva. Dichosos los que toman al Señor por su Dios, y dan plena prueba de ello confiando enteramente en su sabia disposición. Deja que tu Espíritu nos convenza del pecado en la falta de esta disposición, y quita la mundanidad de nuestros corazones.

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