Y si es por gracia, ya no se trata de obras, ya sean ceremoniales o morales. De lo contrario, la gracia ya no es gracia: la naturaleza misma de la gracia se pierde. Y si es por obras, entonces ya no es gracia; de lo contrario, el trabajo ya no es trabajo, pero su naturaleza misma se destruye. Hay algo tan absolutamente incoherente entre el ser justificado por la gracia y el ser justificado por las obras, que, si supones cualquiera, necesariamente excluyes al otro. Porque lo que se da a las obras es el pago de una deuda; mientras que la gracia implica un favor inmerecido. De modo que el mismo beneficio no puede, por la naturaleza misma de las cosas, derivarse de ambos.

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