Toda esta exposición es introducida por la objeción que consiste en identificar la ley con el pecado. Pero no se debe pensar que el propósito del apóstol es realmente exonerar a la ley de tal sospecha. ¿Quién, en el círculo en el que enseñaba, podría haber pronunciado tal blasfemia contra una institución reconocida como divina? Lo que el apóstol quiere justificar no es la ley; es su propia enseñanza, de la que parece seguirse que las dos cosas, la ley y el pecado, están inseparablemente unidas, o incluso idénticas.

¿No acababa de probar que ser liberado del pecado es también serlo de la ley? ¿No parece seguirse que la ley y el pecado son una y la misma cosa? Es esta consecuencia impía de la que procede a aclarar su evangelio. Muestra que si la ley juega un papel tan activo en la historia del pecado, no es de ninguna manera por su propia naturaleza, que sería mala, sino por la naturaleza excesivamente pecaminosa del pecado.

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