Así que ya no soy yo quien lo hace, sino el pecado que mora en mí. [Por lo que he dicho, es evidente que no es mi yo espiritual o mejor, no influenciado por la carne, el que hace el mal; pero es el pecado que mora en mi carne el que lo hace. Si me dejaran con mi yo espiritual, sin la influencia de la carne, haría lo que exige la ley; pero el pecado excita y mueve mi naturaleza carnal, y así me impulsa a quebrantar la ley.

El apóstol no está argumentando con el propósito de mostrar que no es responsable de su propia conducta; el establecimiento de tal hecho no tendría relación alguna con la cuestión que nos ocupa. Él está argumentando que la ley es buena, y trata de probar esto mostrando que su naturaleza espiritual mejor, regenerada, la ama, y ​​se esfuerza por cumplirla, y nunca se rebela contra ella de ninguna manera; y que cualquier rebelión aparente que se encuentre en él se debe a su naturaleza carnal y pecaminosa, esa parte de sí mismo que él mismo repudia como vil e indigna, y que desearía repudiar.]

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