Hacer un prosélito. - El celo de los primeros fariseos se había manifestado en un propagandismo que nos recuerda más a la difusión de la religión de Mahoma que a la de Cristo. Juan Hircano, el último de los sacerdotes-gobernantes macabeos, había ofrecido a los idumeos la alternativa de la muerte, el exilio o la circuncisión (Jos. Ant. Xiii. 9, § 3). Cuando el gobierno de Roma hizo imposibles tales medidas, recurrieron a todas las artes de la persuasión y se regocijaron cuando lograron inscribir a un pagano convertido como miembro de su partido.

Pero los prosélitos así hechos eran con demasiada frecuencia un escándalo y un proverbio de reproche. No hubo conversión real, y los más activos en el trabajo de proselitismo eran, en su mayor parte, ciegos líderes de ciegos. Los vicios del judío fueron injertados en los vicios de los paganos. Los lazos del deber y el afecto natural se rompieron sin piedad. El sentimiento judío popular sobre ellos era como el sentimiento cristiano popular hacia un judío convertido.

Los prosélitos eran considerados la lepra de Israel, que impedía la venida del Mesías. Se convirtió en un proverbio que nadie debería confiar en un prosélito, ni siquiera hasta la vigésimo cuarta generación. Nuestro Señor estaba, al menos en parte, expresando el juicio de los mejores judíos cuando enseñó que el prosélito así hecho era “dos veces más hijo del infierno”, es decir, del Gehena, que sus amos.

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