REFLEXIONES

Bendito y Santo Señor Dios Todopoderoso, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Alabado sea nuestro Dios de la Alianza en Cristo, por su don inefable. ¡Qué eterno amor, adoración y alabanza te debe tu pueblo, oh Padre de misericordias y Dios de toda gracia, por haber elegido a la Iglesia en Cristo, antes del mundo! Y tú, nada menos, glorioso Hijo de Dios, por haber unido tu Iglesia contigo mismo, cuando el Señor te poseyó, al principio de sus caminos, antes de sus obras de antaño; y por redimir a tu Iglesia de la caída de Adán de la ruina, en la que, en este estado de tiempo, ella estuvo involucrada.

Y tú, con igual amor y alabanza, oh Espíritu eterno, por tu bondadoso acto de regeneración, al avivar a la Iglesia, en cada individuo de sus miembros, por medio del cual cada hijo de Dios es llevado a una aprehensión del amor del Padre, el La gracia del Hijo y la comunión del Espíritu. Bendito, por siempre bendito sea Dios.

Y te alabamos especialmente, querido Jesús, por tus misericordias para con toda tu Iglesia, en esta gracia tuya para con los Apóstoles, en el Monte de la Transfiguración. Seguramente fue para tu Iglesia, en todas las épocas, así como para su comodidad personal, que se concedió una exhibición tan gloriosa de tu gloria. Alabado sea Dios, Padre nuestro, por el precioso testimonio que entonces se dio a tu Hijo. Y Dios el Espíritu Santo, al hacer que Pedro, con su testimonio agonizante, bendiga a la Iglesia una vez más en la relación.

Y ahora, oh Señor, que tu Iglesia, y especialmente en este terrible día presente, sea bendecida por nuestro Dios, con la gracia de recibir y atesorar tan dulce testimonio de la gloria de nuestro resucitado y exaltado Salvador. ¡Oh! Señor, da a conocer continuamente a todos tus miembros en gracia, tu poder y tu venida. Danos a conocer, en las benditas profecías de nuestro Dios y en todas las ordenanzas de su casa de oración, este poder y la venida de nuestro Señor Jesucristo. ¡Oh! para ser testigos de corazón de la majestad de Cristo aquí en la tierra, hasta que lleguemos a ser testigos oculares de su majestad en el cielo. ¡Amén!

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