Así que, si tu enemigo tuviere hambre, dale de comer; si tuviere sed, dale de beber; pues haciendo esto, ascuas de fuego amontonarás sobre su cabeza.

Por lo tanto - o, 'Pero' (según una lectura bien fundamentada)

Si tu enemigo tiene hambre, dale de comer; si tiene sed, dale de beber. Que sin duda alguna proporcionó la base de aquellos elevados preceptos sobre ese tema que constituyen el punto culminante del Sermón del Monte.

Porque al hacerlo, ascuas de fuego amontonarás sobre su cabeza. El sentido de esta cláusula es objeto de mucho debate. En tiempos de Jerónimo y según los intérpretes griegos, se entendía generalmente en el sentido desfavorable de agravar la culpa de nuestro enemigo, es decir: "Esa será la venganza más efectiva, tan efectiva como si le echaras brasas de fuego sobre la cabeza". Y así, entre los intérpretes modernos, Beza, Estius, Grotius, Tholuck y Alford. Pero Jerónimo, Agustín y otros padres latinos, Erasmo, Lutero, Bengel, Reiche, Tholuck, Meyer, DeWette, Olshausen, Fritzsche, Philippi, Lange y Hodge (última edición) interpretan la expresión en sentido positivo, como se cita casi universalmente hoy en día, es decir: al devolver el bien por el mal de nuestro enemigo, podemos esperar finalmente someterlo y vencerlo, como las brasas ardientes consumen todo lo inflamable, llevándolo a la vergüenza y el arrepentimiento. Aunque anteriormente teníamos una opinión diferente, ahora nos vemos obligados a considerar este como el verdadero sentido. El siguiente versículo parece confirmarlo.

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