1 Tesalonicenses 1:1

I. Aquí tenemos el saludo apostólico en su forma más habitual gracia y paz, una mezcla de los modos ordinarios de saludo griego y hebreo, "la unión del reposo asiático y la presteza europea", que por el uso apostólico ha adquirido un significado infinitamente más alto que el que estaba implícito en las civilidades ordinarias de la vida social. Estas fórmulas de relaciones amistosas familiares en el mundo antiguo eran como un precioso jarrón antiguo, más apreciado por su belleza que por su uso.

Se habían vuelto vacíos de significado o, en todo caso, completamente vacíos de bendiciones. Pero ahora son elevados a un servicio superior, consagrados al propósito más noble, de ahora en adelante rebosantes del significado más santo llenos del agua misma de la vida.

II. Pero esta gracia y esta paz son de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo. Viene de Dios Padre como la Fuente Primordial de todo bien, y viene de Cristo Jesús como Fuente Mediadora. La paz es señal y sello del reino de Cristo. Sus súbditos llaman a Dios Padre, porque primero han llamado a Cristo Jesús Señor.

III. La acción de gracias apostólica sugiere un ejemplo que debe ser nuestro para imitar. El constante agradecimiento a Dios, que es una función sacerdotal que todo creyente debe desempeñar; esa ofrenda debe colocarse sobre el altar de todo corazón renovado. No solo a veces debemos agradecer a Dios en nuestro nombre y en el de los demás, sino siempre. Uno de los antiguos puritanos ha dicho: "La gracia ( es decir, la gratitud) es como un anillo sin fin, y el diamante de este anillo es la constancia".

Y en cuanto a las gracias apostólicas, la fe y el amor y la esperanza, tienen sus diversas manifestaciones en el trabajo, el trabajo y la paciencia, nos sugieren nuestro deber y nuestra dignidad, hasta que al fin la paciencia tiene su obra perfecta.

J. Hutchison, Lectures on Thessalonians, pág. 13.

Referencias: 1 Tesalonicenses 1:3 . HW Beecher, Christian World Pulpit, vol. xxxi., pág. 115; Homilista, cuarta serie, vol. i., pág. 46. 1 Tesalonicenses 1:4 . Spurgeon, Mañana a mañana, pág. 199.

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