3-8 El orgullo es un pecado en nosotros por naturaleza; necesitamos ser advertidos y armados contra él. Todos los santos forman un solo cuerpo en Cristo, que es la cabeza del cuerpo y el centro común de su unidad. En el cuerpo espiritual, algunos son aptos y llamados para una clase de trabajo; otros para otra clase de trabajo. Debemos hacer todo el bien que podamos, unos a otros, y para el beneficio común. Si pensáramos debidamente en las facultades que tenemos, y en qué medida no las mejoramos adecuadamente, nos humillaríamos. Pero así como no debemos enorgullecernos de nuestros talentos, debemos tener cuidado para que, bajo la pretensión de humildad y abnegación, no seamos perezosos a la hora de ponernos al servicio de los demás. No debemos decir: "No soy nada, por lo que me quedaré quieto y no haré nada", sino: "No soy nada en mí mismo, por lo que me entregaré al máximo, con la fuerza de la gracia de Cristo". Cualesquiera que sean nuestros dones o situaciones, tratemos de emplearnos con humildad, diligencia, alegría y sencillez; no buscando nuestro propio crédito o beneficio, sino el bien de muchos, para este mundo y el venidero.

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