pero el pecado, encontrando ocasión, obró en mí por medio del mandamiento toda codicia; porque sin la ley el pecado está muerto. [Aquellos que siguen al apóstol a lo largo de la última sección podrían tener puntos de vista confusos acerca de la ley, lo que los llevaría a preguntarse: "Si es una cosa tan bendita estar libre de la ley, ¿no es mala la ley? Si Dios se esforzó tanto por emanciparnos de la ley como lo hizo por liberarnos del pecado, ¿no son la ley y el pecado igualmente malos, y prácticamente sinónimos, de modo que podemos decir con verdad: La ley es pecado? En absoluto, es la pronta negación del apóstol; pero hay un motivo aparente para tal pregunta, porque la ley es una ocasión de pecado, porque el pecado no es pecado donde no se sabe que es pecado, y en la ley reside esa revelación o conocimiento del pecado que lo hace pecaminoso,

Por ejemplo, yo no hubiera sabido que el deseo desordenado de la propiedad de otros era un pecado llamado codicia si la ley no lo hubiera definido, y hecho de él un deseo después de lo prohibido, y por lo tanto un deseo pecaminoso, diciendo: No harás codiciar. Pero cuando la ley habló así, entonces el pecado, encontrando en la declaración de la ley una oportunidad u ocasión para afirmarse, me incitó a desear todas aquellas cosas que estaban prohibidas por la ley, y me llenó con el sentido de mi pecaminosidad por razón de la revelación de la ley; porque sin esta revelación el sentido del pecado hubiera estado muerto en mí. Sin la ley el pecado no fue despertado a la vida y la conciencia.]

Continúa después de la publicidad
Continúa después de la publicidad

Antiguo Testamento