(11) en quien también sois circuncidados con la circuncisión hecha sin manos, al despojarnos del cuerpo de los pecados de la carne mediante la circuncisión de Cristo: (12) sepultados con él en el bautismo, en el cual también habéis resucitado con él por medio de la fe de la operación de Dios, que lo levantó de entre los muertos. (13) Y a vosotros, estando muerto en vuestros pecados y en la incircuncisión de vuestra carne, os ha vivificado juntamente con él, habiéndoos perdonado todas las ofensas; (14) Borrando la escritura de las ordenanzas que estaba en contra de nosotros, que era contraria a nosotros, y la quitó de en medio, clavándola en su cruz; (15) Y habiendo saqueado principados y potestades, los exhibía abiertamente, triunfando sobre ellos en ella.

Sobre el tema de la circuncisión, al que se refieren estos versículos, no creo que sea necesario ampliar, habiéndome detenido ya en los capítulos segundo y sexto de Romanos. Sólo quisiera, además, aprovechar lo que aquí se dice para observar cuán necesario es mirar a Cristo en todo. La circuncisión hecha con manos y la incircuncisión hecha sin manos tenían a Cristo como único objeto. La circuncisión del judío y el bautismo del gentil, ambos miraron a Él, centrados en Él, y en Él tuvieron su realización. Todo menos Cristo es sombra. Él solo es la sustancia.

Detengo al lector en la expresión al final de este párrafo, para comentar que cuando se dice que Cristo despojó a los principados y potestades, y los exhibió abiertamente, triunfando sobre ellos en él; el original es mucho más fuerte, pues dice, triunfando sobre ellos en sí mismo, es decir, que sus triunfos fueron personales. Jesús se llevó la gloria a sí mismo. Y el margen de la Biblia lo ha retenido muy apropiadamente.

Siempre es una bendición contemplar la Persona de Cristo en todo, porque su Persona, en toda la obra de redención, es el glorioso objeto de nuestra fe y esperanza. Ver Colosenses 1:20 y Comentario.

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