Por la fe Abel ofreció a Dios un sacrificio más excelente que Caín, por el cual obtuvo testimonio de que era justo, dando testimonio Dios de sus dones; y por él, estando muerto, aún habla.

Habiendo establecido el Espíritu Santo primero la verdad del principio mismo de la fe, y habiendo mostrado tanto su naturaleza como su funcionamiento, en las propiedades inducidas por él, en la vida de los fieles; cómo procede a ejemplificar sus actos de gracia, en las vidas de aquellos santos hombres de la antigüedad, que por medio de ella obtuvieron un buen informe. Y el Señor comienza con la historia de la fe de Abel. Y seguramente nada puede ser más contundente y decisivo, sobre el tema.

La fe de Abel se contrasta con la incredulidad de Caín. Ambos llevaron sus ofrendas al Señor. Pero el Espíritu Santo marcó la gran diferencia. Caín trajo de los frutos de la tierra, como uno que se consideraba un Arrendatario del Señor; y no mas. Pensaba que el Señor era, como indudablemente lo es, Señor y Dueño de todas las cosas. Y Caín lo reconoció como tal y trajo su renta.

Abel trajo de los primogénitos de su rebaño y lo ofreció en sacrificio como pecador. Y miró Jehová con agrado a Abel y su ofrenda; pero no miró con agrado a Caín y a su ofrenda, Génesis 4:5 ; Génesis 4:5 . Ahora bien, no deberíamos haber sabido, con esa claridad que ahora sabemos, a través de la enseñanza divina, qué hizo la gran diferencia en esos hombres, y la diferente aceptación del Señor de sus Personas y ofrendas; sino de la enseñanza de Dios el Espíritu, en esta Sagrada Escritura.

Pero cuando el Señor dice que fue por fe que Abel ofreció un sacrificio más excelente que Caín, descubrimos la razón. Abel tenía un ojo, por fe, en Cristo, la Simiente Prometida, Abel sabía que era un pecador, surgido de la raza caída de Adán, y por lo tanto vino con los primogénitos de su rebaño, en señal de su pecado consciente, y que buscó totalmente la aceptación en la sangre de Cristo. Caín, en su ofrenda, tenía respeto sólo por Dios como Creador, ni se confesaba como pecador ni como quien necesitaba un Redentor; y, por tanto, fue el primer deísta que el mundo conoció.

Por eso el Señor miró con agrado a Abel y su ofrenda; pero a Caín no le tenía respeto. De ahí también el bendito testimonio dado aquí por el Espíritu Santo a Abel, y el rechazo de Caín. Y aunque han pasado tantas eras desde que ocurrieron esos eventos, todavía están en relación con nosotros. Abel, aunque muerto, habla.

Continúa después de la publicidad
Continúa después de la publicidad