3-10 Los hijos de Dios saben que su Señor es de ojos muy puros como para permitir que cualquier cosa impura habite con él. Es la esperanza de los hipócritas, no la de los hijos de Dios, la que permite gratificar los deseos y lujurias impuras. Que seamos seguidores de él como sus queridos hijos, que mostremos así nuestro sentido de su indecible misericordia, y que expresemos esa mente obediente, agradecida y humilde que nos corresponde. El pecado es el rechazo de la ley divina. En él, es decir, en Cristo, no hubo pecado. Todas las debilidades sin pecado que fueron consecuencia de la caída, las tomó él; es decir, todas aquellas debilidades de la mente o del cuerpo que someten al hombre al sufrimiento y lo exponen a la tentación. Pero nuestras debilidades morales, nuestra propensión al pecado, no las tuvo. El que permanece en Cristo, no continúa en la práctica del pecado. Renunciar al pecado es la gran prueba de la unión espiritual, la permanencia y el conocimiento salvador del Señor Cristo. Cuidado con el autoengaño. El que hace la justicia es justo, y ser seguidor de Cristo, muestra un interés por la fe en su obediencia y sufrimientos. Pero un hombre no puede actuar como el diablo, y al mismo tiempo ser un discípulo de Cristo Jesús. No sirvamos ni consintamos lo que el Hijo de Dios vino a destruir. Nacer de Dios es ser renovado interiormente por el poder del Espíritu de Dios. La gracia renovadora es un principio permanente. La religión no es un arte, una cuestión de destreza y habilidad, sino una nueva naturaleza. Y la persona regenerada no puede pecar como lo hacía antes de nacer de Dios, y como lo hacen otros que no han nacido de nuevo. Hay esa luz en su mente, que le muestra el mal y la malignidad del pecado. Existe esa inclinación en su corazón, que lo dispone a aborrecer y odiar el pecado. Existe el principio espiritual que se opone a los actos pecaminosos. Y existe el arrepentimiento por el pecado, si se comete. Va en contra de él pecar con previsión. Los hijos de Dios y los hijos del diablo tienen sus caracteres distintos. La semilla de la serpiente se conoce por la negligencia de la religión, y por su odio a los verdaderos cristianos. Sólo es justo ante Dios el creyente justificado, que es enseñado y dispuesto a la justicia por el Espíritu Santo. En esto se manifiestan los hijos de Dios, y los hijos del diablo. Que todos los que profesan el Evangelio pongan en práctica estas verdades y se sometan a ellas.

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