y la esperanza no avergüenza; porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos fue dado. [Pero la alegría del creyente no se limita a esta expectativa del bien futuro; se regocija también en los males presentes, incluso en la tribulación, porque la tribulación desarrolla en él aquellos elementos de carácter que lo hacen útil aquí y lo preparan para el cielo más allá; porque la tribulación le enseña esa paciencia o firmeza que perdura sin vacilar, y esta firmeza despierta en él un sentido de aprobación divina, y el pensamiento de que Dios aprueba aumenta su esperanza de que obtendrá las bendiciones del mundo futuro, y esta esperanza es no tan voluble como para desilusionarlo o burlarse de él, sino que le da una certeza triunfante, porque el amor que Dios le tiene llena su corazón,

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