La esperanza no nos avergüenza, es decir, nos da la mayor gloria. Nos gloriamos en esta nuestra esperanza, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones: la convicción divina del amor de Dios por nosotros, y ese amor por Dios que es tanto la sinceridad como el principio del cielo. Por el Espíritu Santo: la causa eficaz de todas estas bendiciones presentes y las arras de las venideras.

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