Sabemos que obtuvo la justificación. Si esa justificación se hubiera ganado por sus propias obras, entonces habría sido algo de lo que estar orgulloso; sería un orgullo que pudiera tener una relación justa tanto con los hombres como con Dios; porque a los hombres podría señalar la posición privilegiada que había ganado, y ante los ojos de Dios podría alegar cierto mérito propio. Pero él tiene no este mérito.

Su justificación no fue ganada, pero le fue otorgada, no por sus obras, sino por su fe. Esta es la declaración expresa de las Escrituras. Y de ahí se sigue que aunque su posición privilegiada a los ojos de los hombres permanece, no tiene nada de qué jactarse ante Dios.

Pero no ante Dios. - Este es un ejemplo de la dialéctica ágil y ávida del Apóstol. Si se hubiera dado todo el hilo del pensamiento, probablemente habría corrido mucho como el anterior, pero la mayor parte está suprimida, y el Apóstol ataca directamente en el único punto que tenía la intención de poner de relieve. (Sea lo que sea que haya delante de los hombres) no hay jactancia ante Dios.

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