El fariseo, de pie, oraba consigo mismo de esta manera: Dios, te doy gracias porque no soy como los otros hombres, ladrones, injustos, adúlteros, ni aun como este publicano.

El fariseo se puso de pie (como lo hacían los judíos en oración), y oró así consigo mismo: Dios, te doy gracias porque no soy como los otros hombres, ladrones, injustos, adúlteros, ni aun como este publicano.

Haber sido guardado de iniquidades graves fue sin duda una causa justa de agradecimiento a Dios; Pero en lugar del marco devotamente humilde y admirativo que esto debería inspirar, se aparta con arrogancia del resto de la humanidad, como si estuviera muy por encima de ellos, y con una mirada de desprecio al pobre publicano, gracias a Dios que no tiene que permanecer tan lejos como él, para bajar la cabeza como un junco, y golpearse el pecho como él. Pero estas son sólo sus excelencias morales. Sus méritos religiosos completan sus motivos para la autocomplacencia.

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