1,2 El primer versículo de la Biblia nos ofrece un relato satisfactorio y útil del origen de la tierra y de los cielos. La fe de los humildes cristianos lo comprende mejor que la fantasía de los hombres más doctos. De lo que vemos del cielo y de la tierra, aprendemos el poder del gran Creador. Y que nuestra condición y lugar como hombres, nos recuerde nuestro deber como cristianos, de tener siempre el cielo en nuestros ojos, y la tierra bajo nuestros pies. El Hijo de Dios, uno con el Padre, estaba con él cuando hizo el mundo; es más, a menudo se nos dice que el mundo fue hecho por él, y nada fue hecho sin él. ¡Oh, qué pensamientos tan elevados debe haber en nuestras mentes, de ese gran Dios a quien adoramos, y de ese gran Mediador en cuyo nombre oramos!

Y aquí, al principio del volumen sagrado, leemos acerca de ese Espíritu Divino, cuya obra sobre el corazón del hombre se menciona tan a menudo en otras partes de la Biblia. Observa que al principio no había nada deseable que ver, pues el mundo carecía de forma y estaba vacío; era confusión y vacío. De la misma manera la obra de la gracia en el alma es una nueva creación: y en un alma sin gracia, una que no ha nacido de nuevo, hay desorden, confusión y toda obra mala: está vacía de todo bien, porque está sin Dios; está oscura, es la oscuridad misma: ésta es nuestra condición por naturaleza, hasta que la gracia Todopoderosa obra un cambio en nosotros.

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