Verso Juan 3:3. Jesús respondió...  

No en el lenguaje del halago: vio el estado del alma de Nicodemo, e inmediatamente se dirigió a él sobre un tema de lo más interesante e importante. Pero, ¿qué relación hay entre la respuesta de nuestro Señor y el discurso de Nicodemo? Probablemente nuestro Señor vio que el objeto de su visita era indagar sobre el reino del Mesías; y en referencia a esto dice inmediatamente: A menos que un hombre nazca de nuevo, etc.

La repetición de amén, o de verdad, de verdad, entre los escritores judíos, se consideraba de igual importancia que el juramento más solemne.

Nacer de nuevo... O, desde arriba: diferente a ese nuevo nacimiento que los judíos suponían que todo prosélito bautizado disfrutaba, pues sostenían que el gentil, que se convertía en prosélito, era como un niño recién nacido. Este nacimiento era de agua desde abajo: el nacimiento por el que Cristo aboga es ανωθεν, desde arriba-por la agencia del Espíritu Santo. Todo hombre debe tener dos nacimientos, uno del cielo y otro de la tierra: uno de su cuerpo y otro de su alma: sin el primero no puede ver ni disfrutar de este mundo, sin el último no puede ver ni disfrutar del reino de Dios. Así como hay una necesidad absoluta de que un niño nazca en el mundo, para que pueda ver su luz, contemplar sus glorias y disfrutar de su bien, así hay una necesidad absoluta de que el alma sea sacada de su estado de oscuridad y pecado, a través de la luz y el poder de la gracia de Cristo, para que pueda ver, ιδειν, o, discernir, las glorias y excelencias del reino de Cristo aquí, y estar preparada para el disfrute del reino de la gloria en el más allá. Los judíos tenían una noción general del nuevo nacimiento; pero, como muchos entre los cristianos, ponían los actos de proselitismo, el bautismo, etc., en el lugar del Espíritu Santo y su influencia: reconocían que un hombre debe nacer de nuevo, pero hacían que ese nuevo nacimiento consistiera en la profesión, la confesión y el lavado externo. Juan 3:10 Juan 3:10.

El nuevo nacimiento del que aquí se habla comprende, no sólo lo que se llama justificación o perdón, sino también santificación o santidad. El pecado debe ser perdonado y la impureza del corazón debe ser lavada, antes de que cualquier alma pueda entrar en el reino de Dios. Como este nuevo nacimiento implica la renovación de toda el alma en justicia y verdadera santidad, no es un asunto que se pueda prescindir: el cielo es un lugar de santidad y nada que no sea como él mismo puede entrar jamás en él.

Continúa después de la publicidad
Continúa después de la publicidad